
Consumo básico: más tarjeta, menos changuito y caída persistente
Las ventas en supermercados y mayoristas siguen por debajo de los niveles previos al cambio de gobierno. El uso de tarjetas de crédito creció siete puntos en un año y medio, mientras se retrae el pago en efectivo.
Las cifras oficiales de mayo de 2025 mostraron que el consumo masivo continúa sin recuperarse. En los supermercados mayoristas, las ventas cayeron un 5% interanual y apenas crecieron un 0,7% respecto a abril. En los supermercados, el panorama fue levemente mejor: suba del 6,1% interanual, pero con una baja mensual del 1,2%.
En términos acumulados desde el inicio del gobierno de Javier Milei, los números son más negativos. Las ventas en mayoristas se ubican 34% por debajo del nivel de diciembre de 2023, mientras que en supermercados la caída alcanza el 28%. A pesar de un leve repunte desde enero, la pérdida no fue revertida: el retroceso acumulado es del 7% en supermercados y del 19% en mayoristas.
La diferencia entre canales refleja un comportamiento defensivo. Muchos supermercados venden stock sin reponerlo en mayoristas, ante la incertidumbre económica y la pérdida del poder adquisitivo. La estrategia apunta a sostenerse en el corto plazo, sin proyectar una recuperación sostenida de la demanda.
Uno de los datos más significativos del informe es el avance del crédito como forma de pago. Entre diciembre de 2023 y mayo de 2025, el uso de tarjetas de crédito en supermercados pasó del 39% al 46% del total. En paralelo, el uso de débito bajó del 34% al 27%, y el efectivo cayó del 20% al 16%.
Este cambio evidencia un recurso creciente al endeudamiento para cubrir necesidades básicas, como alimentos y productos de higiene. También expone la fragilidad de los ingresos familiares en un contexto de inflación persistente y salarios deteriorados.
Aunque algunos indicadores apuntan a una leve mejora, el mercado interno continúa débil. La combinación de ventas deprimidas, consumo sostenido a crédito y una contracción del canal mayorista muestra que el consumo básico todavía enfrenta trabas estructurales: pérdida de ingresos reales, desconfianza económica y escaso margen de maniobra para los hogares.